martes

" Se marcha... y no se me ocurre decir ni una sola palabra"

La hora va sobre las 12 y sinceramente se me congela la vida,
 entre el aire acondicionado y la brisa que se cuela por las persianas de mi cuarto,
a las 2 seré “El Abominable Hombre de las Nieves”,
pero sería la primera vez que una metáfora se hace realidad.
Naturalmente nadie bebe café pasada la medianoche, pero yo sí,
 lo oscuro de la noche es tan parecido a la historia
 que retumba en mi cabeza.
Empieza a escucharse como caen las gotas de agua,
seguidamente asumo que será una noche fría,
saco un abrigo negro algo gastado de mi closet,
no cubre tanto pero sirve por un rato.
Tomé un libro y me dispuse a leer,
pero al abrirlo estaba una frase subrayada lo que significa que lo leí,
que caí en la tentación de pasar un resaltador
por las páginas de un libro que obtuve en una barata.
La frase era irritantemente feminista,
 “Cuando lo escuché hablar enseguida pensé,
 de los hombres no se puede esperar nada bueno… Solo malas noticias”.
Tal vez era lo ultimo que debe leer
cuando me siento tan dominada por las hormonas
que siento que podría escribir diez mil diálogos
 y venderlos a un dramaturgo,
no hay nada peor que una mujer plantada y con síndrome premenstrual.
 Porqué sí, aun tenía puesto algo tan elegante
que opaco hasta mi dignidad, porque las mujeres son tan temperamentales,
 tan complacientes que podríamos
 dejar de querernos a nosotras mismas solo
 y sólo por ver sonreír a la hipótesis de hombre que nos acompaña.
Me desvestí mientras se reproducía repetidas veces su voz…
 “Voy a llegar tarde, perdona”.
 Me vestí de sosiego,
trate de calmar el llanto que ahogaba el orgullo
pero cuando roce la almohada

mi orgullo salio de la habitación y cerro con pasador.

Fue una noche tanto fría como larga,
me desperté varias veces y raramente agradecí que amaneciera,
 no había comentado que odiaba el pasillo del apartamento
que cada día me quedaba más grande.
 “Buenos días, no pude entrar al cuarto”,
de alguna manera que él durmiera en mi sala,
porque si era mi casa, era mi refugio,
era mi ambiente que yo misma permití que
alguien irrumpiera solo por el deseo cavernícola
de aparearme con una especie contraria,
porque en efecto los hombres son una especie contraria a la humana.


“Pensé que habías perdido tú llave y que por eso no volverías,
pensé hasta en cambiar la cerraduras”
ya estaba enferma de discusiones,
enferma de escuchar explicaciones
 y enferma por la cafeína,
era irritante sentir su presencia
 en la entrada de la cocina di vuelta y lo mire.
 Era absurdo lo perfecto que era,
claro está que solo era físicamente,
 el resto de su persona me producía nauseas,
 tenia el cabello desarreglado,
y una sonrisa que parecía una mueca vulgar.

-Parecemos adolescentes.-
La necedad de las comparaciones era su peor defecto.

Suspire y le tendí una vaso de agua.
        Tienes un deseo frenético de convertirte en una tortura.-  
Salí de la cocina y me senté en el balcón,
mientras me fumaba un cigarro sentía
la brisa de la ciudad mas contaminada del mundo,
mire lo desordenado de mi aspecto físico,
“Que duro pega un mal de amores”
y sin querer lo dije en voz alta.
“Tu te complicas la vida y sin querer o queriendo complicas la mía”.
Se levanto y me tomo la mano,
acaricio mi cabello,
arrodillado ante mi era todo lo que pude desear
y reiteraba en mi mente que solo era atracción física.
“Vete, deja la llave sobre l…”
el beso irrumpió mi intento de terminar una relación
o un intento frustrado de relación.

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