Era mayo 23 y sentía caer a pedazos el cielo que ese
día estaba llorando quien sabe que acontecimiento triste estaba ocurriendo
porque siempre pensé que cuando llovía era Dios que estaba llorando por algún
motivo. Mientras la flaca con ojos como morados entregaba el turno escuche una
voz masculina e imponente tras de mi y la reconocí enseguida, sabiendo que el
tiempo siempre cura y que el tiempo siempre te hace olvidar, ese día no fui
capaz de recordar que el tiempo “me había curado”, no fui capaz de encarar al
tipo que entro a la cafetería esa mañana y que sin darse cuenta quien era yo me
hizo temblar hasta el ultimo mechón de cabello, él mismo que me hizo doler
hasta el alma al ver como lo acompañaba otra persona perfectamente vestida que
tomaba el café con tanta delicadeza que me daba nauseas, tal vez me lo encontré
demasiado temprano ¿Es pronto 3 años de duelo? Encontrarlo después de ese
tiempo se sentía como 3 días después de descubrir quien era mi compañero de
madrugadas, de noches y de días.
Yo seguía allí, junto a él incapaz de levantar la cara
mientras ordenaba un expresso con la ensalada de la casa, “no ha perdido la
costumbre” pensé. Tenia sentimientos encontrados, no sabia si saludarlo ¿Qué le
diría? No sabía si llorar, ¿Y de que valdría eso? Pero antes de que pudiera
terminar el pensamiento se me nublo la vista, desee que la tierra me tragara o
que él se marchara, justo cuando decidí voltearme y hacerme notar él se marcho
porque la mesera le participo que aun no estaría su pedido, le pedí a la chica
de turno que me dejara servirle a la mesa en la que él estaba con su nueva
pareja, con su nueva amante como quisiera llamarlo. La chica acepto y me
encamine temblando hasta mis uñas artificiales deseando solo dos cosas; 1) Que
no se me cayera nada o era una perdida para el local y 2) Deseando no llorar
mientras hablara con el.
-Buenas, aquí tiene lo que ordeno Sr.- Sus ojos se hicieron
mucho mas grandes de sorpresa y se levanto de inmediato de la silla.
-¿Trabajas aquí? No puede ser, que coincidencia y…-
Hizo una pausa mientras me miraba de arriba abajo, sentí la mirada de asesinato
de su pareja clavada en mi.- ¡Estas muy… cambiada!
-Gracias, soy dueña del local, vengo de vez en
cuando.- Trate de ser neutral pero no pude evitar sonreír.- Disfruten su desayuno.
Me retire sin dejar que me hablara de nuevo y antes de
que yo pudiera decir alguna estupidez, encargue a la muchacha de la barra que
se hiciera cargo y me encerré en uno de los depósitos a recordar la carta que
encontré sobre mi cama, la mañana de un 23 de mayo tres años atrás.
“Querida
Dani…
Quiero
empezar estas líneas con un GRACIAS, un gracias tan grande que ocupe todo lo
que fuiste capaz de darme, se que esta no es la mejor manera de decir que ya no
hay nada mas pero el tiempo ha extendido con excusas y peros malditos lo que
desde hace tiempo llevo por dentro.
Hoy me voy
Daniela, no porque no te ame al contrario siento algo muy fuerte por ti tan fuerte que me voy dejando una
carta porque no soy capaz de mirarte a la cara a ti que fuiste confidente, mi hermana y mejor amiga pero conocí a alguien,
alguien diferente que me hizo saber que realmente nunca te ame como creí hacerlo, y te juro que a muerte
intente salvar lo que un día me trajo hasta tu puerta con dos maletas y una
sonrisa de entusiasmo, se que podrás estar bien y que el tiempo te hará mejor
mujer… Me voy porque no tengo razones para alcanzar el hombre ideal que tanto
te mereces, no soy el hombre para ti ni para ninguna mujer, no soy el hombre
Dani… Perdóname hoy, perdóname cuando vayas a dormir y perdón cuando yo ya no
viva aquí.
Con
amor, Raúl Casas.”
Con su carta dejo la única foto que nos tomamos la
foto de nuestro matrimonio por civil y decidió irse el día de nuestro 4to
aniversario, ese día decidió confesarme en una carta que Raúl, por las noches,
en la cama de otra persona tomaba mi papel, el papel de una mujer.
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